domingo, 30 de septiembre de 2012

GUATEMALA (de Octubre 2010 a Julio 2011)


Todos los guatemaltecos y guatemaltecas que nos habíamos cruzado en el camino hasta ese momento nos habían dejado buena huella, y aunque la gente de países vecinos nos “alertaba” de peligros prácticamente “inevitables” según su punto de vista, esos encuentros nos daban aliento y buen augurio. A esta altura del camino habíamos aprendido que los humanos vemos siempre mayor peligro en un vecino a quien la mayoría de las veces ni siquiera conocemos.

No es novedad que la televisión se ha vuelto incuestionable y que forma juicios muy errados en quienes por ignorancia o pereza toman los discursos periodísticos como su único parámetro de vida y realidad. Pero fuera de las malas noticias hay otro mundo que vale la pena ser recorrido, suele ser mucho más real y, sin duda, más agradable. Lástima que seamos pocos los que nos permitamos salir a su encuentro.

Cuando hablamos de nuestras experiencias, que dan pruebas de un mundo poblado de gente generosa y con buenas intenciones, con frecuencia la gente desestima nuestros relatos como algo “excepcional” , “cuestión de suerte” o le suman fichas a “la mano de Dios”. Es curioso que lo malo sea responsabilidad humana y lo bueno, cuestión divina. Nosotros nos preguntamos por qué cuesta tanto reconocer que los humanos somos capaces de obrar bien gracias a que no hemos perdido la capacidad de dar y de creer en el otro. Si confiáramos más en nosotros mismos y en nuestros semejantes, muchas cosas cambiarían en nuestra bella Latinoamérica...


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Llegamos a Guatemala en bus. Las secuelas que el dengue había dejado en los dos, la época de lluvias permanentes y deslaves, algunos temores y el permiso del CA4 a punto de caducar (Nicaragua, Salvador, Honduras y Guatemala son países considerados como una sola región. Para los extranjeros dan un permiso de 3 meses para los 4 países, extensión de tiempo insignificante para viajeros como nosotros) fueron motivos suficientes como para decidir acercarnos más a la frontera con México. Lamentamos mucho no haber recorrido Honduras y Salvador, países que quedarán para otra etapa.
 
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Veníamos de un país (Nicaragua) donde la comunicación en la calle no había sido cosa fácil. La capital, sobre todo, se nos había presentado como un lugar donde el machismo brusco y despiadado cubría todo tipo de interacción, por lo que habíamos vivido con estrés cada salida por la ciudad. Por lo general, las relaciones cotidianas en las capitales tienen un halo de agresividad e indiferencia naturalizados, por lo que llegábamos a Guatemala preparados para este tipo de situaciones. 
Vendedoras.
La ciudad nos sorprendió de manera agradable ya que en un primer acercamiento la gente se nos ofreció hospitalaria, amable y relajada. Sonrientes, los capitalinos nos dedicaban unos minutos de su tiempo para proporcionarnos la información que solicitábamos. Ese simple y valorado acto nos hacía sentir bienvenidos. El primer tiempo disfrutamos relajados de los paseos y el vivir cotidiano. Así fue como la estadía, que iba a ser de una semana, se fue prolongando casi sin darnos cuenta. 

 
Con el tiempo, las percepciones empezaron a cambiar y nuestros ojos se abrieron hacia otros aspectos no tan amables. Nos dimos cuenta de que se trata de una ciudad fuertemente armada: armas en la entrada de cualquier tienda por más modesta que fuera, dentro de la heladería, en buses de línea, en farmacias, supermercados, motos pequeñas con hombres armados y sin identificación que circulan a toda hora, camiones chicos, medianos, grandes llevan los cañones de sus armas asomando por las ventanillas... Hombres y armas , armas y hombres y el temor que empieza a invadir los sentidos de manera silenciosa, progresiva, hasta atraparlo a uno en una especie de psicosis muda y prácticamente inevitable.
El peligro está en todas partes... pues... hay armas en todas partes. La rigidez, la tensión y la alerta se normalizan, se invisibilizan, se vuelven algo cotidiano... Pero ¿dónde está “realmente” el peligro, de quién cuidarse? Todos somos sospechosos, todos contra todos, y cada uno contra las armas, las que se ven y las que se ocultan.
Tensión, desgaste, cansancio, riesgo, asfixia y vámonos de esta ciudad que ya no me siento libre .

En Nahuel, las armas influyeron de manera inquietante ya que no lograba asimilar su existencia. El cuestionamiento cotidiano tomó fuerza, pero la necesidad de una respuesta que complaciera su curiosidad nunca fue satisfecha:
_ ¿Por qué ese señor tiene un arma, má? ¿Las armas matan?
_ Sí.
_¿ Y para qué la necesita?
Y una única e insatisfactoria respuesta:
_No lo sé, mi amor.

Si las armas son sinónimo de violencia, dolor, herida y muerte, ¿cómo acomodarlas a su vida sin atemorizarlo ni negar la realidad? Nahuel se enfrentaba a diario con mensajes contradictorios y vacíos, había fracturas entre el mundo aprendido y el que le estaba tocando vivir, y su esfuerzo por acoplarlos era evidente y a veces doloroso. Esta lucha empezó en Guatemala y se prolongaría hasta México, donde la fuerte militarización pondría matices y profundizaría sus búsquedas y cuestionamientos. Como siempre en los niños, el juego resuelve este tipo de conflictos. En Chiapas, por primera vez Nahuel empezaría a jugar a la muerte.


 

Guatemala es un bello país que tiene el miedo incrustado en su estructura. Fue dura la tarea de permanecer fuertes y resistir a la proyección de los temores ajenos que caían como cataratas sobre nosotros, desde todos los ángulos y a lo largo de todo el trayecto.
El miedo paraliza. Tuvimos la sensación de transitar por un país paralizado desde los desplazamientos físicos hasta los ideológicos. Guatemala ha soportado como 30 años de conflicto armado, el tratado de paz se firmó en 1996, y como sabemos, el cambio no viene a raíz de un papel firmado. Las huellas, consecuencias y ecos de ese tiempo de horror están muy presentes todavía, marcado a fuego en sus sobrevivientes que son cada una de las personas con quienes nos hemos encontrado. Creemos que esto explica muchos aspectos del ser guatemalteco y es justo no pasarlo por alto en el momento de emitir juicios y relacionarse. Guatemala no es aún un país libre y no vive en paz ni de manera democrática.
Día de la no violencia hacia la mujer.
En sociedades como ésta, decir lo que se piensa y demostrar lo que se siente puede ser un gran riesgo, vivir “normalmente” significa acatar pautas para no levantar sospechas. Es riesgoso vestirse fuera de los parámetros “normales” de la sociedad, tener trabajos poco “convencionales”, defender ciertos ideales, expresar disconformidad política. Es riesgoso ser mujer... Si de acuerdo a la mirada de un sector político y social resulta molesto, hay individualidades y grupos que pasan a ser blancos de persecución, hostigación y muerte. Miles de asesinatos quedan impunes, encubiertos por un sistema de gobierno que es capaz de imponerse cueste lo que cueste.
Pero por fortuna, en todas partes existen espíritus en movimiento que no toleran tener las alas cortadas y tuvimos la suerte de conocer a varios de ellos en Guatemala: gente dando voz a los derechos de género, sexuales, estudiantiles, políticos y artísticos. Luchadores de vida anónimos y otros no tanto que quieren un país de libertad, de paz, justicia y armonía.


 

Día de santos y difuntos. Totonicapán.
Guatemala es un pueblo riquísimo culturalmente, pero no es valorado como tal desde los sectores de poder, hemos tenido la impresión de que se lo usa con fines casi estrictamente turísticos.
Las comunidades indígenas -que han sufrido la peor parte del ataque en los años de conflicto armado- siguen siendo los sectores desplazados y atacados, ya que es donde mayor índice de pobreza, analfabetismo, discriminación y exclusión hay. El racismo siempre, donde quiera que uno esté, es atroz y despiadado.
Durante los años de guerra, el objetivo del poder era borrar de cuajo a las comunidades mayas por considerarlas germinadoras de la guerrilla, por lo que atacaron especialmente a las mujeres (germinadoras de guerrilleros) y niños (semilla de la guerrilla). Las comunidades fueron asesinadas, destruidas y desplazadas, afrontando, en el mejor de los casos, el destierro que obligaba a comunidades enteras (o mutiladas, más bien) a mezclarse con otras que hablaban otras lenguas, tenían otras costumbres y donde no abundaba la comida ni las tierras. Pero resistieron y todavía resisten: existiendo.

Hay gran variedad de lenguas mayas vivas, existen comunidades donde el español casi no se habla, y es vergonzoso que en las instituciones las ignoren. Por ejemplo en el plano judicial, los indígenas enfrentan muchos obstáculos ya que sólo 1 de cada 10 trabajadores del Organismo Judicial habla “algún” idioma maya. Algunos jueces hablan algún idioma maya pero casi ninguno trabaja en sus comunidades. Las comunidades tienen el derecho de utilizar su propio sistema de justicia, pero el gobierno no lo ha reconocido como debe y eso trae consecuencias dolorosas y totalmente injustas, valga la contradicción. 

 La incomunicación idiomática, la indiferencia y la discriminación son las primeras fronteras que deben superar las comunidades indígenas al intentar acceder no sólo a la justicia, sino también a la salud, la educación y el trabajo. 
 
Sin comprensión no hay tolerancia y por supuesto tampoco hay unión. Un pueblo desintegrado es frágil y sumiso, nada más fácil de manejar para los claros y fuertes intereses de unos pocos.

Pero por fortuna, los gobernantes y sus sistemas no son el espejo donde todo el mundo se refleja y crea su propia imagen. Guatemala fue y sigue siendo para nosotros un país muy querido y poblado de gente adorable y sonriente. La comunicación con las personas estuvo siempre rodeada de mucho cariño y los amigos que dejamos a nuestro paso brindaron su corazón a manos llenas. Por su calidez, su sencillez y su amistad: Gracias, por siempre.