Todos los
guatemaltecos y guatemaltecas que nos habíamos cruzado en el camino
hasta ese momento nos habían dejado buena huella, y aunque la gente de países vecinos
nos “alertaba” de peligros prácticamente “inevitables” según
su punto de vista, esos encuentros nos daban aliento y buen augurio.
A esta altura del camino habíamos aprendido que los humanos vemos
siempre mayor peligro en un vecino a quien la mayoría de las veces
ni siquiera conocemos.
No es novedad que la
televisión se ha vuelto incuestionable y que forma juicios muy
errados en quienes por ignorancia o pereza toman los discursos
periodísticos como su único parámetro de vida y realidad. Pero
fuera de las malas noticias hay otro mundo que vale la pena ser
recorrido, suele ser mucho más real y, sin duda, más agradable.
Lástima que seamos pocos los que nos permitamos salir a su
encuentro.
Cuando hablamos de
nuestras experiencias, que dan pruebas de un mundo poblado de gente
generosa y con buenas intenciones, con frecuencia la gente desestima
nuestros relatos como algo “excepcional” , “cuestión de
suerte” o le suman fichas a “la mano de Dios”. Es curioso que
lo malo sea responsabilidad humana y lo bueno, cuestión divina.
Nosotros nos preguntamos por qué cuesta tanto reconocer que los
humanos somos capaces de obrar bien gracias a que no hemos perdido la
capacidad de dar y de creer en el otro. Si confiáramos más en
nosotros mismos y en nuestros semejantes, muchas cosas cambiarían en
nuestra bella Latinoamérica...
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Llegamos a Guatemala
en bus. Las secuelas que el dengue había dejado en los dos, la época
de lluvias permanentes y deslaves, algunos temores y el permiso del CA4 a punto de
caducar (Nicaragua, Salvador, Honduras y Guatemala
son países considerados como una sola región. Para los extranjeros
dan un permiso de 3 meses para los 4 países, extensión de tiempo
insignificante para viajeros como nosotros) fueron motivos suficientes como para decidir acercarnos más
a la frontera con México. Lamentamos mucho no haber recorrido Honduras y Salvador, países que quedarán para otra etapa.
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Veníamos de un país
(Nicaragua) donde la comunicación en la calle no había sido cosa
fácil. La capital, sobre todo, se nos había presentado como un
lugar donde el machismo brusco y despiadado cubría todo tipo de
interacción, por lo que habíamos vivido con estrés cada salida por
la ciudad. Por lo general, las relaciones cotidianas en las capitales
tienen un halo de agresividad e indiferencia naturalizados, por lo
que llegábamos a Guatemala preparados para este tipo de situaciones.
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Vendedoras. |
La ciudad nos sorprendió de manera agradable ya
que en un primer acercamiento la gente se nos ofreció hospitalaria,
amable y relajada. Sonrientes, los capitalinos nos dedicaban unos
minutos de su tiempo para proporcionarnos la información que
solicitábamos. Ese simple y valorado acto nos hacía sentir
bienvenidos. El primer tiempo disfrutamos relajados de los paseos y
el vivir cotidiano. Así fue como la estadía, que iba a ser de una
semana, se fue prolongando casi sin darnos cuenta.
Con el tiempo, las
percepciones empezaron a cambiar y nuestros ojos se abrieron hacia
otros aspectos no tan amables. Nos dimos cuenta de que se trata de
una ciudad fuertemente armada: armas en la entrada de cualquier
tienda por más modesta que fuera, dentro de la heladería, en buses
de línea, en farmacias, supermercados, motos pequeñas con hombres
armados y sin identificación que circulan a toda hora, camiones
chicos, medianos, grandes llevan los cañones de sus armas asomando
por las ventanillas... Hombres y armas , armas y hombres y el temor
que empieza a invadir los sentidos de manera silenciosa, progresiva,
hasta atraparlo a uno en una especie de psicosis muda y prácticamente
inevitable.
El peligro está en
todas partes... pues... hay armas en todas partes. La rigidez, la
tensión y la alerta se normalizan, se invisibilizan, se vuelven algo
cotidiano... Pero ¿dónde está “realmente” el peligro, de quién
cuidarse? Todos somos sospechosos, todos contra todos, y cada uno
contra las armas, las que se ven y las que se ocultan.
Tensión, desgaste,
cansancio, riesgo, asfixia y vámonos de esta ciudad que ya no me
siento libre .
En Nahuel, las armas
influyeron de manera inquietante ya que no lograba asimilar su
existencia. El cuestionamiento cotidiano tomó fuerza, pero la
necesidad de una respuesta que complaciera su curiosidad nunca fue
satisfecha:
_ ¿Por qué ese señor
tiene un arma, má? ¿Las armas matan?
_ Sí.
_¿ Y para qué la
necesita?
Y una única e
insatisfactoria respuesta:
_No lo sé, mi amor.
Si las armas son
sinónimo de violencia, dolor, herida y muerte, ¿cómo acomodarlas a
su vida sin atemorizarlo ni negar la realidad? Nahuel se enfrentaba a
diario con mensajes contradictorios y vacíos, había fracturas entre
el mundo aprendido y el que le estaba tocando vivir, y su esfuerzo
por acoplarlos era evidente y a veces doloroso. Esta lucha empezó en
Guatemala y se prolongaría hasta México, donde la fuerte
militarización pondría matices y profundizaría sus búsquedas y
cuestionamientos. Como siempre en los niños, el juego resuelve este
tipo de conflictos. En Chiapas, por primera vez Nahuel empezaría a
jugar a la muerte.
Guatemala es un bello
país que tiene el miedo incrustado en su estructura. Fue dura la
tarea de permanecer fuertes y resistir a la proyección de los
temores ajenos que caían como cataratas sobre nosotros, desde todos
los ángulos y a lo largo de todo el trayecto.
El miedo paraliza.
Tuvimos la sensación de transitar por un país paralizado desde los
desplazamientos físicos hasta los ideológicos. Guatemala ha
soportado como 30 años de conflicto armado, el tratado de paz se
firmó en 1996, y como sabemos, el cambio no viene a raíz de un
papel firmado. Las huellas, consecuencias y ecos de ese tiempo de
horror están muy presentes todavía, marcado a fuego en sus
sobrevivientes que son cada una de las personas con quienes nos hemos
encontrado. Creemos que esto explica muchos aspectos del ser
guatemalteco y es justo no pasarlo por alto en el momento de emitir
juicios y relacionarse. Guatemala no es aún un país libre y no vive
en paz ni de manera democrática.
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Día de la no violencia hacia la mujer. |
En sociedades como
ésta, decir lo que se piensa y demostrar lo que se siente puede ser
un gran riesgo, vivir “normalmente” significa acatar pautas para
no levantar sospechas. Es riesgoso vestirse fuera de los parámetros
“normales” de la sociedad, tener trabajos poco “convencionales”,
defender ciertos ideales, expresar disconformidad política. Es
riesgoso ser mujer... Si de acuerdo a la mirada de un sector político
y social resulta molesto, hay individualidades y grupos que pasan a
ser blancos de persecución, hostigación y muerte. Miles de
asesinatos quedan impunes, encubiertos por un sistema de gobierno que
es capaz de imponerse cueste lo que cueste.
Pero por fortuna, en
todas partes existen espíritus en movimiento que no toleran tener
las alas cortadas y tuvimos la suerte de conocer a varios de ellos en
Guatemala: gente dando voz a los derechos de género, sexuales,
estudiantiles, políticos y artísticos. Luchadores de vida anónimos
y otros no tanto que quieren un país de libertad, de paz, justicia y
armonía.
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Día de santos y difuntos. Totonicapán. |
Guatemala es un pueblo
riquísimo culturalmente, pero no es valorado como tal desde los
sectores de poder, hemos tenido la impresión de que se lo usa con
fines casi estrictamente turísticos.
Las comunidades
indígenas -que han sufrido la peor parte del ataque en los años de
conflicto armado- siguen siendo los sectores desplazados y atacados,
ya que es donde mayor índice de pobreza, analfabetismo,
discriminación y exclusión hay. El racismo siempre, donde quiera
que uno esté, es atroz y despiadado.
Durante los años de
guerra, el objetivo del poder era borrar de cuajo a las comunidades
mayas por considerarlas germinadoras de la guerrilla, por lo que
atacaron especialmente a las mujeres (germinadoras de guerrilleros) y
niños (semilla de la guerrilla). Las comunidades fueron asesinadas,
destruidas y desplazadas, afrontando, en el mejor de los casos, el
destierro que obligaba a comunidades enteras (o mutiladas, más bien)
a mezclarse con otras que hablaban otras lenguas, tenían otras
costumbres y donde no abundaba la comida ni las tierras. Pero
resistieron y todavía resisten: existiendo.
Hay gran variedad de
lenguas mayas vivas, existen comunidades donde el español casi no se
habla, y es vergonzoso que en las instituciones las ignoren. Por
ejemplo en el plano judicial, los indígenas enfrentan muchos
obstáculos ya que sólo 1 de cada 10 trabajadores del Organismo
Judicial habla “algún” idioma maya. Algunos jueces hablan algún
idioma maya pero casi ninguno trabaja en sus comunidades. Las
comunidades tienen el derecho de utilizar su propio sistema de
justicia, pero el gobierno no lo ha reconocido como debe y eso trae
consecuencias dolorosas y totalmente injustas, valga la
contradicción.
La incomunicación
idiomática, la indiferencia y la discriminación son las primeras
fronteras que deben superar las comunidades indígenas al intentar
acceder no sólo a la justicia, sino también a la salud, la
educación y el trabajo.
Sin comprensión no
hay tolerancia y por supuesto tampoco hay unión. Un pueblo
desintegrado es frágil y sumiso, nada más fácil de manejar para
los claros y fuertes intereses de unos pocos.
Pero por fortuna, los
gobernantes y sus sistemas no son el espejo donde todo el mundo se
refleja y crea su propia imagen. Guatemala fue y sigue siendo para
nosotros un país muy querido y poblado de gente adorable y
sonriente. La comunicación con las personas estuvo siempre rodeada
de mucho cariño y los amigos que dejamos a nuestro paso brindaron su
corazón a manos llenas. Por su calidez, su sencillez y su amistad:
Gracias, por siempre.