Temer o no temer. Ésa
es la cuestión.
La decisión de hacer
un viaje a largo plazo (o mejor aún, por un tiempo indefinido) no
sólo nos enfrenta a las propias inquietudes, incertidumbres y
temores naturales que puede generar lo desconocido, sino que además
estamos obligados a soportar la lluvia de cuestionamientos y juicios
de los de afuera, que son innumerables, inevitables y siempre
existentes.
“Los de afuera” son
aquellos que no participan del viaje de manera activa. No sólo y
necesariamente incluye a integrantes de la familia y el entorno más
cercano, sino también (y sorpresivamente) a gente con la que hemos
tenido poco o ningún trato, aquellos de quienes no conocemos ni el
nombre y que a su vez, por supuesto, tampoco nos conoce.
Es obvio que para
algunas personas nuestra existencia carece absolutamente de
importancia, es muy sano que así sea también, pero lo que no es
obvio ni sano es que a pesar de eso y no obstante: opine.
Tal vez sea relevante
decir que, al decidir algo tan determinante en nuestras vidas, damos
paso a la expectativa de la aventura, a la emoción de cumplir los
sueños, a la alegría de hacer lo que anhelamos, dejando para otro
momento las dudas o los malos pensamientos.
Nos envuelve una fe
intensa. Tenemos la convicción de que las cosas ocurrirán, que se
manifestarán como soñamos, que de nosotros depende que sí sea.
Creemos ciegamente que se recibe dando y que el mundo está poblado
de gente buena.
Ante tanta emoción, ante la profundidad espiritual, lo
negativo queda replegado al mínimo, ya que de otro modo no sería
posible llegar ni a la esquina. Algunos lo han llamado falta de
conciencia o irresponsabilidad, nosotros creemos que los que así
piensan no pueden ver la alegría viva, la libertad, la riqueza y el
color con que se pintan los días del que viaja a la aventura, la
búsqueda y el aprendizaje.
El temor paraliza, la
falta de él genera movimiento y es en movimiento como los cambios se
realizan.
Hemos visto con asombro
que la bicicleta despierta temores en mucha gente: el que le teme a
la caída, a sus traumas infantiles, al cansancio, al esfuerzo, al
frío, a los autos, a la lentitud del pedaleo, al bajar de estatus, a
la inseguridad, a lo desconocido, al transitar ciertos espacios, a la
imposibilidad, a la exposición, a la muerte, al porque sí.
El temor es un
sentimiento adulto que genera inseguridad y mayor propensión al
fracaso.
Hay niños que gritan
que vuelan cuando hacen girar los pedales y sienten que el viento les
golpea las mejillas y les enmaraña el pelo. Los hemos oído,
gritamos con ellos. Porque los niños no temen, aprenden. Porque los
niños no temen, avanzan. Porque los niños no temen, lo logran.
Porque los niños no temen, son sabios combatientes. Los niños
dibujan alas en lo que tocan.
No queremos miedos: ni
los propios y ni los impuestos. Los enfrentamos, los transformamos en
algo bueno, en fuerza, en aprendizaje.
Queremos seguir dibujando alas
en nuestros sueños con la mirada fija en el rastro del ala que nos guía : la de
nuestro hijo Nahuel.
hermosas e inspiradoras palabras.
ResponderEliminarGracias Carlos. El viaje continúa, ojalá nos sigas acompañando. Abrazos.
EliminarChicos buena onda!!! Sigan así!!!
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