martes, 22 de junio de 2010

Nicoya, Santa Cruz y Filadelfia (11 al 14-03-2010)


Camino a Nicoya debíamos seguir luchando con el camino de tierra y piedras y subir una cuesta que decían angosta y empinada. No sabíamos cuánto camino de ripio quedaba todavía y había que seguir trabajando la paciencia y la fuerza interior.

A veces no es fácil luchar contra las frustraciones o dejar de buscar justificativos para excusarse ante ciertas limitaciones. Hasta que uno comprende que hay que dejar de pelearse con uno mismo, empezar a tenerse como el mejor aliado, conectar nuestras partes terrestres con las celestiales y seguir...
El pedal tiene esas cosas maravillosas que conecta al hombre con otras realidades. Llevamos imágenes y sonidos irrepetibles en la memoria. Es inexplicable la maravilla que encierra la sombra de una flor que va cayendo de alturas mágicas y se proyecta, de manera creciente, sobre el brillo enceguecedor del asfalto; como también lo es el sonido musical y perfecto de una hoja seca que se desprende de la rama de la que ya no puede sostenerse.

Paramos en Junquillo, un pueblito de calles de tierra a tomar agua y comer fruta cuando alguien nos ofreció un camión para pasar la cuesta hasta el asfalto (el milagro se dio porque nos habían visto en la tele y se quisieron sumar a la odisea). Aceptamos contentos y esos 40 kilómetros en pocos minutos de camión simplificaron 2 o 3 días de pedaleo. Agradecimos no tanto el ahorro de tiempo como el haber evitado esa subida empinada y demasiado angosta para el carro. ¡Veíamos la ruta y no lo podíamos creer! ¡Asfalto otra vez! Dormimos en el cruce Nandayure-Nicoya, en una estación de servicio, y continuamos al día siguiente.

Volábamos en el camino. Las ruedas no lograban creer que no serían apedreadas por un tiempo, al menos. Nosotros agradecíamos de manera permanente y empezábamos a sentir que bici y cuerpo se unificaban: el manubrio pasó a ser la prolongación de los brazos y los pedales, la de las piernas. El ruido de las llantas contra el cemento sonaba acompasado con los sonidos del corazón.

En pocas horas llegamos a la ciudad de Nicoya y la policía nos colocó en el terreno donde se estaba realizando en ese mismo momento la Feria del Agricultor...no había mejor lugar para parar. Entramos sucios y sudados, y nos ubicamos como siempre que llegamos: tratando de ocupar poco espacio. Éramos los bichitos raros, más interesantes que las pilas de tomates, bananos, piñas, y tantas etcéteras.
El primero que se acercó fue un camionero, Olivier, para ofrendar una piña (la más rica y agradecida que recordamos haber comido). Luego lo hicieron otros camioneros curiosos, a los que Luciano cautivó con su encanto natural e inevitable: algunos trucos de magia y la bici-licuadora en marcha fueron suficientes para ganarnos la simpatía y varios kilos de frutas y verduras. Ese día comimos maravillosamente y por la noche, nos llenaron de las delicias que no se habían vendido, hasta tuvimos que rechazar algunos kilos por no poder transportarlos. Nos alimentamos durante 3 días con tantos regalos sabrosos.

A Nicoya le siguió Santa Cruz, donde paramos en la Cruz Roja, la primera que nos recibió desde que salimos ya que las otras nos rechazaban “por reglamento”. El director de esta institución había sido educador junto con su esposa durante 30 años y se sintió identificado con nosotros. Después de un baño mágico nos instalamos en el fondo e hicimos rancho entre unas maderas bajo un mango que no dejaba de bombardearnos con sus frutos generosos.

Luego vino Filadelfia, donde tuvimos una experiencia extraterrestre y nos sentimos realmente parte de un circo ambulante, sólo que en el circo...¡¡éramos los monos!!
La policía ya nos había hospedado, íbamos a acampar en la acera. La gente empezó a pasar para ver a esos extranjeros extraños y hubo quien nos regaló agua helada (hacía un calor insufrible), jugo y papas saladas para Nahuel y, cuando les dijimos que en dos días cumpliría dos años, regresaron más tarde con un regalito para él.
También apareció Carmen: una señora que demostró una exagerada e insistente solidaridad y prácticamente nos obligó a seguirla hasta su casa donde quería hospedarnos. Como había fiestas patronales aceptamos, ya que no era difícil imaginar el exceso de alcohol y demases que no queríamos vivenciar de cerca. En el camino empezó a hablar ,verborrágica, casi incoherente, y nos dimos cuenta de que había algo que no dejaba salir a la luz. Nos impacientamos pero decidimos seguir y no perder la calma. Repetía sin cansarse que estaba feliz porque tenía amigos argentinos, que siempre había querido ser amiga de extranjeros y que le teníamos que prometer que dejaríamos que dijera que era nuestra amiga... Hablaba de la pobreza de su casa y del gran corazón de su familia y creímos comprender que ese era el misterio, pero cuando intentamos explicarle que eso no era importante y quisimos contarle cómo vivíamos, no le interesó escuchar...demostraba una emoción excesiva y empezaba a planificar sobre nosotros sin consultarnos... eso nos intranquilizó otra vez...
Llegamos a su barrio y obligó a cada uno de los habitantes de cada casa por la que pasábamos a salir y saludarnos. Sentíamos bastante incomodidad pero tranquilizaba el percibir que los vecinos vivían lo mismo que nosotros...Siempre tratamos de mantener un bajo perfil pero Carmen esa vez se encargó de que no fuera de ese modo.
Costosamente llegamos a la casa donde nos recibió doña Francisca,su mamá, quien después de que entramos como “Pancho por su casa” y nos sentamos a descansar (contentos de poder guardarnos un poco de tanta exposición obligada) nos dijo no sin dificultad que no podíamos quedarnos porque su hijo mayor- que no vivía con ellos y que casi nunca pisaba esa vivienda- se lo impedía. De pronto nos vimos en medio de conflictos familiares: la señora que con vergüenza nos intentaba explicar y justificar la actitud de su hijo invisible y Carmen que lloraba ante la desaprobación de un hermano autoritario...Queríamos desaparecer pero no nos permitían salir: Carmen, por necedad y la vieja, por culpa, tal vez.
Para hacerla corta: Carmen nos metió casi a los empujones a una habitación demasiado pequeña para poner sillas -ya que estaba casi íntegramente ocupada por la cama matrimonial donde su hijo y su nuera miraban en ese momento tv- y nos puso vasos de Coca en la mano -a pesar de haber dicho “no gracias” ya que creemos que la Coca Cola es un veneno. En un espacio tan reducido y ante la incomodidad de una relación obligada (su hijo no manifestaba ningún interés en salir y saludarnos) nos pusimos a conversar. Los chicos resultaron muy agradables, nos conectamos bien: la bici era una pasión compartida. Finalmente nos insistieron para que pasemos la noche en el patio de la casa y... Carmen se perdió tras las botellas de guaro y el carnaval ...No la volvimos a ver.

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