martes, 22 de junio de 2010

Liberia (15-03 al  14-04-2010)
A la salida de Filadelfia dos estaciones de servicio (Shell y Esso) que se ubican enfrentadas en la carretera, nos negaron aire para las ruedas de las bicis. Una dijo que las bicicletas estaban “prohibidas”, la otra que “se lo impedía el reglamento” (si alguien puede explicarlo de manera coherente, agradeceremos un breve comentario).
Para paralizarnos se necesita meter un palo bastante más grande que ese entre los rayos, de modo que...seguimos meta pedal, muy ansiosos por conocer a los amigos de Calle, fuego y tambor que nos estaban esperando y pensando en el cumpleaños de Nahuel, que sería en apenas unos días. Llegamos en 3 horas o menos. Fuimos muy bien recibidos por Chucho y Orullo (de Calle, fuego y tambor) y nos instalamos en el cuartel de bomberos durante 3 días, donde Nahuel entabló relaciones con los “amíos bobelos” sin importarle jerarquías ni medallas.

Luego nos mudamos a casa de Ana Alvarado, mamá de Ernesto y Moni. El día que llegamos era el cumpleaños de Nahuel, de modo que como ya habíamos anticipado la imperiosa necesidad de un horno donde hacer una torta, Ana nos cedió el suyo para el evento. Esa tarde salimos a festejar con una familia que acabábamos de conocer a los inflables, donde Nahuel jamás había ido. Cuando llegamos y vimos todo apagado, Luciano y yo nos desinflamos como esos muñecos...¡nos sentimos muy mal pensando que ya no podríamos hacer algo especial para nuestro ángel! Pero afortunadamente, no hicimos más que bajar del auto cuando las dueñas del lugar apretaron un botón y...¡los gigantes empezaron a llenarse de aire! Nahuel tuvo ese lugar de manera exclusiva y lo disfrutó al máximo con sus dos nuevas amiguitas. A la vuelta, justo antes de que cayera rendido en los brazos de Morfeo, apagamos las velitas en un muy íntimo e intenso festejo: el primer cumpleaños en ruta.

En casa de Ana pasaríamos más de 20 días maravillosos como integrantes de esta familia. Nahuel pasó a ser el consentido: le prestaron una tele y era mimado con frescos, frutas y batidos casi a diario. Nahuel y Ana lograron una conexión cómplice maravillosa. Al final del día, cuando ella regresaba de trabajar, ambos corrían al mutuo encuentro con los brazos extendidos y con gritos de alegría, los unía un amor incondicional. Juntos lavaban la ropa, limpiaban, atendían a los conejos, cocinaban, miraban tv, almorzaban o cenaban...Moni y Ernesto también fueron parte significativa en ese período de su vida, los buscaba y no podía pasar un día sin preguntar por ellos. Ambos demostraron una gran paciencia y amor hacia este bichito inquieto que llenaba el ambiente de risas y ruidos.

Cada atardecer teníamos charlas gratas en el pasillo con Ernesto, amigo solidario, curioso y pieza fuerte en el grupo Calle fuego y tambor. Con Ana hicimos una hermosa relación, aprendimos mucho de esta mujer guerrera de amplia e imborrable sonrisa, defensora de su libertad y de la de sus hijos, que nos demostró -a través de anécdotas de vida- lucidez, convicción y la fortaleza de enfrentarse a la cerrazón de prejuicios sociales, religiosos y familiares.

Durante ese tiempo vivimos bajo cierta rutina citadina: ensayos en la Antigua Comandancia, trabajo, mercado los jueves, siesta todos los días, paseos por el parque, desayunos de panqueques y helados por las tardes. Costaba la idea de seguir porque los afectos se habían fortalecido: dos días de preparativos, despedidas y a continuar con nuestro camino. No pudimos evitar los llantos ya que Ana se había transformado en una especie de madre/amiga/vecina y el verla afligida fue realmente contagioso. Las primeras pedaleadas resultaron pesadas porque los pensamientos y sensaciones tiraban para atrás, pero el aire fresco del amanecer nos renovó y las alas se abrieron de nuevo.


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